Esta es la historia de una cata de pinot noir. De una cata que debería haberse celebrado en los viñedos de La Portera para que lo que ahora voy a contar hubiera sido el fiel reflejo de lo que en un futuro se podrá leer (espero). No pudo ser, por lo que me veo obligado a recrear los arcillosos suelos de Requena sobre la tarima de madera de un ático de Ruzafa, junto a las campanas de la Iglesia de San Valero y San Vicente, con las nubes por servilleta y el cielo como testigo.
Era la una del mediodía de un sábado de septiembre cuando dio comienzo el festival de la uva más hermosa, sutil y elegante: la pinot noir. Una modelo de alta costura, esbelta y delgada; de piel blanca y tersa; cabello castaño y ojos oscuros; con carnosos labios que saben a fresa y a cereza. No necesita escotes ni minifalda ni volumen ni silicona ni cabellos teñidos. La gente se voltea por su infinita clase y naturalidad.
Mi santa esposa –una vez más- sirvió cada vino en la copa que llevaba el mismo número que el decantador hasta que las cinco copas estuvieron llenas. El aroma que desprendían en su conjunto despertaron mis papilas gustativas. No cabía duda que los vinos anunciaban acidez a rabiar. Puro pinot noir. Evalué en silencio el color cebolla de los vinos, mientras os explayabais en comentarios de lo más dispares a veces sesudos a veces disparatados, aunque todos ellos sentidos. Intenté hacer lo mismo con sus aromas y con su sabor.
El vino 1 no era un vino emocionante. No destacaba ni por su defectos ni por sus virtudes. Era un vino correcto, sin aristas, que no transmitía pasión alguna. Lo que más me llamó la atención fue su mineralizad y los recuerdos a frambuesa y a after eight, esas pequeñas chocolatinas mentoladas que no tomo desde hacía una infinidad.
El vino 2 era realmente extraño. En nariz era cerrado, tanto como una habitación, repleta de viejos periódicos, cuyas puertas no se hubieran abierto en muchos años. Era mineral, ligeramente ahumado, y cargado de fruta pasa. Era un vino desconcertante. Habría que ver su evolución, una evolución que no llegó a producirse.
El vino 3 era eminentemente floral con notas de cerezas y fresas aunque tampoco era todo lo que esperaba de una pinot noir. Era un buen vino, sin más. Un vino bien hecho, sin aristas, agradable de beber pero que no hacía disfrutar. La decepción que flotaba en el ambiente era taimada por las blancas nubes que cruzaban, manchando de sombras, una terraza que era mitad Ruzafa mitad Requena.
El vino 4, por fin, era un vinazo. Uno de esos vinos cuyas sensaciones invaden el cuerpo desde las papilas gustativas hasta las uñas de los pies, como si de un orgasmo se tratara. Un vino que enamora. Redondo, ácido, armónico, elegante... Una mujer de bandera, vestida con un vaporoso vestido rojo claro, que desarmaba sólo con mirarla. Su boca era aterciopelada, ligeramente especiada, con sabor a fresas y cerezas maduras. Sólo quería besarla, besarla y besarla.
El vino 5 era otro vinazo que enseguida se reflejó en la cara de todos nosotros. Una pinot noir de libro. Labios carmesí, muy brillantes. Limpio. Ahumado en constante evolución. Otra modelo que te seducía con su mirada, con su perfume, con su sabor. Aquello era una golosina de pinot noir. Lo tenía todo: mineralidad, levemente especiado, cerezas, fresas, violetas, chocolates... y todo en su justa medida, una pizca. ¿Por qué ninguna casa de perfumes hace uno con todos estos aromas?
Henchidos de entusiasmo, como siempre, nos lanzamos sin vergüenza a realizar todo tipo de comentarios. En lo que todos coincidimos fue en señalar que los vinos 4 y 5 sobresalían sobre el resto. La votación confirmó muchas cosas. Los vinos 4 y 5 empataron a puntos y se convirtieron en los primeros ganadores ex aequo. A éstos les siguieron en la clasificación los vinos 1, 3, 2 y 6. Los tapones fueron a parar a mi manos y la responsabilidad de la organización y el tema a Guillermo y Ana (¡A ver si os decidís ya a poner fecha para la próxima!). Risas, bravuconadas, fotografías... y un sinfín de pequeñas tonterías que se desparramaron felices por aquel imaginario estudio cinematográfico que en mi mente se había convertido la terraza. Sólo quedaba destapar las botellas:
El papel de aluminio dejó a la vista la botella del vino número 4: un “Clos del Ormes” 2005 un Morey- Saint Denis, de los hermanos Philippe y Vincent Lecheneaut. Una exquisitez elaborada en los Campos Eliseos de la Borgoña, en la Cote Nuits, concretamente en Morey-Saint Denis, donde los vinos son aromáticos y destilan seducción a raudales. El vino de los hermanos Lecheneaut es todo un ejemplo. Vicente contó que los Lecheneaut trabajan once hectáreas repartidas en sesenta y cinco parcelas y que practican una agricultura prácticamente biológica. Además, Vincent, cuyas manos eran casi tan grandes como su corazón, les hizo una cata comparativa de los distintos villages pero de misma añada ¡todo un detallazo! Vicente recordaba el momento como una de las mejores experiencias vividas junto a un vigneron. Desde luego Guillermo había apostado fuerte y había ganado. ¡¡¡Eso si que era un pinot RE noir!!!
El aluminio también dejó de envolver el otro vino que compartía la primera posición para sorprender a todos. El vino número cinco no era un Borgoña sino que venía del otro lado del charco, concretamente de Carneros, California. La botella en cuestión respondía al nombre de Schug 2007. Con una sonrisa que supongo ocupaba toda mi cara, expliqué que su productor, Walter Schug, es de origen alemán y que había fundado la bodega en 1980 en Carneros, buscando la equilibrada acidez de la pinot noir, donde su clima marino resulta más frío que el de otros valles del interior. Schug combina tradición y modernidad en su bodega para producir un vino que había pasado como un excepcional borgoña para todos los catadores. ¡Qué duda cabe que habrá que visitarlo!
El siguiente vino en destapar fue el número uno, tercero en la clasificación. Un Fixin 1er cru “Clos de Chapitre” 2006, de Meo Camuzet Frere & Soeurs. Un clásico que ya había participado en alguna cata anteriormente, circunstancia que desconocían Javi y Paqui -que lo habían traído- al no haber participado en esa cata. La realidad era que Javi quería haber traído el “Schug” pero en “Enópata” -¡qué grande Elisabeth!- le dijeron que no les quedaba. Obviamente en la tienda sabían que el que escribe iba a llevar ese vino por lo que alegaron la falta de existencias para desviarlo hacia otra botella. En fin, ventajas de ganar y organizar las catas... En todo caso, no podemos olvidar que Meo Camuzet es un clásico y un gran vigneron aunque la apelación de Fixin, a pesar de estar en la Cote de Nuits, no ofrece la misma calidad que la de sus vecinos del sur. De hecho, en Fixin no existe ningún grand cru y toda su producción se concentra en los ocho Premier Cru existentes. La realidad es que a pesar de ser vinos bien estructurados les falta delicadeza, prueba de ello era el Meo Camuzet que acabaron comprando Javi y Paqui a falta de Schug.
El siguiente vino en perder el aluminio fue el vino número dos, el cuarto en la clasificación y venía directamente de Gevrey-Chambertin. Alejandro Dumas, padre, decía que “Nada hace ver el futuro tan de color de rosa, como contemplarlo a través de una copa de Chambertin”. Además, “Le Chambertin” era el vino favorito de Napoleón, y por supuesto también lo bebían Thomas Jefferson, Alexandre Dumas padre, Renoir y Monet (frases que ya había publicado Vicente en su maravillosa entrada sobre su viaje a la Borgoña en junio pasado). Sin embargo, el que acabábamos de descubrir fue una de las grandes decepciones de la tarde: Gevrey-Chambertin 2008, Domaine Trapet Père et Fils. Tanto los suelos de Gevrey-Chambertin -que tienen fama de ser los más potentes, compactos, concentrados, terrosos y quizá con la mayor capacidad de envejecer de toda la Borgoña- como el nombre del vigneron son sinónimo de vinazos, sin embargo el que habíamos catado no desencadenó ninguna pasión. Vicente y Maricruz habían visitado la bodega de los Trapet y se habían quedado maravillados con sus vinos, sin embargo éste, por el motivo que fuera, no extasió a nadie. A pesar de ello, Trapet es uno de los vignerones imprescindibles para entender los vinos de Gevrey-Chambertin. Un domaine que roza el lado biodinámico, que vinifica con raspón en muchos de sus vinos y que obtiene poca extracción. Pinot noir pura y bien trabajada.
El vino número dos, quinto en la clasificación, fue otra inesperada decepción tanto porque Raul siempre trae cosas interesantes como porque el vino en cuestión lo era, aunque fuera un básico: “Nuits-Saint Georges 2006”, de Joseph Drouhin. Drouhin es un amante del terroir, de la viticultura orgánica y biodinámica, cuya filosofía consiste en "conseguir respuestas naturales a problemas naturales". Otro de los vignerones-agricultores que respeta el viñedo: removido de tierras con caballos, hierba entre viñas, abonos naturales, recogido manual...; y que sabe que el buen vino se hace en el viñedo y que donde se puede estropear es en la bodega. ¡Lástima que aquel no fuera uno de sus grandes vinos!
Todos echamos en falta algún vino de Vosne Romanée, aquella pequeña zona de Borgoña donde los soldados de las legiones romanas de César fueron recompensados con una parcela del entonces bosque –lo que dio lugar al nombre de “Bosque de los Romanos”-. Hoy en Vosne Romanée no hay romanos sino las más grandes musas de Borgoña: Romanée Conti, La Tâche, Romanée-Saint Vivant, Richeborug, Échezeaux… Nadie se estiró el bolsillo para deleitar al resto con la pinot noir mejor estrujada de la Borgoña. Sin embargo creo que tampoco hizo falta pues de todas formas pasamos un día maravilloso (al menos particularmente).
La cata dio paso a la comida donde las botellas fueron cayendo una a una hasta que todas quedaron vacías. Las sopas mallorquinas fueron digeridas al son de la pinot noir, en medio de aquel viñedo imaginario donde la uva más delicada, más elegante, más sutil y con más clase bailó suave hasta que todos quedamos rendidos a sus pies. Hechizados.
Dejamos esa Requena imaginaria “sin hablar ni una sola vez de Violeta García o de alguno de sus sobrinos. Algo que desde luego no era común entre Elena y Daniel. Tampoco hablaron del estado de las investigaciones, de la escasa información que tenían, de las dificultades de completar con éxito la voluntad de Violeta, o del inmediato viaje que Daniel iba a hacer a París. El vuelo saldría en menos de setenta y dos horas pero su mente y su alma estaba en medio de aquella tierra de bobal que había quedado unida a la Borgoña a través de una cata de pinot noir. Dos países, dos regiones, dos terroirs, dos formas de entender el vino, dos variedades, dos formas de cultivar y de vinificar… Todo diferente. Nada tenían que ver, o quizás si: el amor y el culto que sus gentes sentían por el fruto que bebían.”
Resultado de la cata:
1º Morey Saint-Denis Clos des Ormes 2005, Philippe et Vincent Lécheneaut (56€) Guillermo
1º Pinot Noir 2007, Sonoma, Schug Carneros Estate (29€) Juan Luis
3º Fixin 1er Cru Clos du Chapitre 2006, Méo-Camuzet Frère & Soeurs (34€) Javi/Paqui
4º Gevrey-Chambertin 2008, Domaine Trapet Père et Fils (30€) Vicente/Mari Cruz
5º Nuits-Saint Georges 2006, Joseph Drouhin (46€) Raúl
Documentación Gráfica:
Juanlu
Es verdad, como me adelantaste, sí que es un poco marciana la entrada, jajaja. Me ha gustado tu historia y por cierto…… ¡estoy deseando leer tu libro!
ResponderEliminarPues yo debo ser un poco marciana porque a mi me ha gustado mucho la entrada. Fue un dia genial y a los dos hermanos no se os borraba la sonrisa de la cara.
ResponderEliminar¿Cuando nos adelantarás más cositas de tu libro?
Sin que sirva de precedente tu santa esposa ha leído la penúltima marcianada.
ResponderEliminarHe de reconocer que estoy esperando con ilusión ejercer de editora, el asunto promete. Ademaás
después de cotillear el blog hasta yo probaría alguno de los vinos.