martes, 19 de abril de 2011

XII.- LA CATA CENA DE VINOS ITALIANOS (16-04-2011)

         Una mala cata se soluciona con otra cata inmediata. Así, tras la decepción de la cata de syrah dos semanas atrás, llegó la cata de vinos italianos. Esta era una cata muy deseada –al menos para mí- pues desgraciadamente Italia es un país que apenas hemos bebido. Barolos, Barbarescos Amarones, Brunellos… sólo sus nombres ya saben bien.

         Desde que leí el más que recomendable libro de Alice Feiring “La batalla por el vino y el amor o como salvé al mundo de la parkerización” tenía claro que para la primera cata de vinos italianos llevaría un barolo. No sería el Scavino que introdujo a Feiring en el mundo del vino pero desde luego sería un barolo.

         La tarde anterior a la cata me fui a la base “Enópata” y tras departir con Rebeca durante un buen rato escogimos “el barolo”. Un “Contrabasso 2000” de Bava. La historia musical de Bava me hechizó. Esta gente organiza conciertos en la bodega y ponen música a la sala de barricas, además organizan conciertos de trombón en los viñedos. Aquello tenía que estar bueno, muy bueno, sí o sí. Así que el “Contrabasso 2000” de Bava fue mi vino elegido para la cata de “italianos”.

         El día de la cata amaneció gris sin embargo yo estaba contento. Llegaban Vicente y Mª Cruz, quedaban cinco días para irnos a NYC, y a penas unas cuantas horas para la cata. ¿Qué más se podía pedir? Pasé buena parte de la mañana en el mercado comprando los ingredientes necesarios para la cena italiana que vendría tras la cata. Hasta cuatro tipos diferentes de boletus, para acompañar la pasta fresca de la cena, encontré en una de las verdulerías del mercado de Ruzafa. Aquello prometía.

         Llegaron los futuros Señores de Espinosa y Beatriz los alojó como si fueran huéspedes que se alojan en un hotel de cinco estrellas. Empezaba el baile. De aperitivo un Bin 36 de Selbach, un riesling básico con algo de azúcar residual. Equilibrado, muy buena acidez. Todo en su justa medida y encima dos botellas por doce euros. Para comer, pollo al horno con patatas y cebollas acompañado por el mejor vino que bebimos el fin de semana: un pinot noir de Schug (Carneros, Sonoma). E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R. A pesar de ser una pinot noir de California aquello era música celestial. Elegante a rabiar, con un vestido de tul, rubí claro, muy limpio. Aromático y agradable. Fresas, violetas, moras, ligeramente ahumado y especiado. Casi adictivo. Para mí la pinot noir es como una modelo de alta costura: sensual, carismática, y con mucha clase. Y el vino de Schug lo tenía todo para desfilar en cualquiera de las grandes pasarelas. Aquello podía ser perfectamente un Vosne Romanee, sin embargo era un Carneros. Bodega a visitar inexorablemente. ¿Otra vez a San Francisco? Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

         Tras la comida, Vicente y yo decidimos estirar las piernas y dimos un paseo por la ciudad como si fuéramos “guiris”. Plaza del Ayuntamiento; calle San Vicente; Plaza de la Reina; la Catedral; Plaza de la Virgen, con visita a la Basílica incluida; calle Caballeros, donde nos perdimos por los callejones hasta llegar a la Iglesia de San Nicolás –quizás alguien debería visitar la iglesia tres lunes consecutivos y pedir por su restauración-; calle en Bou; calle Corretgeria, con visita incluida a Tintofino, donde nos tomamos un café –yo un té debido a mi aversión a ese extraño grano oscuro que me sabe a mil demonios-.

         Regresamos a casa con la comida bien rebajada y dispuestos a sumergirnos en los vinos italianos. Nada más llegar pensé que debía abrir inmediatamente mi botella. El genio que contenía la botella llevaba once años allí metido, por lo que inexorablemente debía airearse para mostrar todos sus encantos. Primer síntoma de enfermedad: meto la punta del sacacorchos y el corcho se resquebraja. Mala pinta. Finalmente, como si fuera un cirujano, consigo retirarlo. Huelo el tapón y… horror, aquello no me gusta como huele. Veremos a ver cuando Amparo lo decante, pero no pinta bien, menos mal que tengo un sustituto. Los temores se convierten en realidad. Amparo me requiere para que vea la criatura. No cabe duda, ha nacido muerta. Me aseguro de que no sea un niño robado: licoroso que tira de espaldas, más que vino parece que chocolate con óxido. ¡¡¡¡NOOOOOO!!!! En fin, otra vez en manos de una santa, esta vez Santa Cecilia. Un Nero D’avola de 2005 de Planeta que le pedí hace un par de meses a Juan con la finalidad de bucear en los líquidos italianos. Bueno, mis opciones decrecen pero ante los momentos difíciles hay que ser fuertes. ¡Qué empiece la cata!

         Sale el primer toro, cinta roja. Rojo picota, capa media. En nariz poco expresivo, y en boca remolón. Deduzco que es el mío. Acabado de abrir, la potencia del sol de Sicilia, negro como el Etna… Creo que está claro.

         Segundo toro, cinta rosa. ¡Vaya color bonito! Casi me recuerda a un pinot noir. En nariz alquitranado, grava, especias, y en boca decae. Esto debe ser un barolo, digo. Ni p.i.

         Tercer toro, cinta blanca. Mejor incluso el color que el anterior. Brillante, limpio y sedoso. En nariz muy curioso. Empieza un baile de aromas difícil de contener: confitura de pétalos de rosa, especias, fresas, y con el tiempo evoluciona a piña. Vicente dice que es muy divertido. No se si es la palabra adecuada en todo caso diferente. Me lo llevo a la boca y… que cosa más rara, es como beberse un zumo de frutas tropicales. Ojo, no está malo pero es raro de cojones! Dos días después de catarlo vuelvo a catar sus restos. Ha evolucionado muy bien. Es como oler un inmenso campo de plantas aromáticas todas mezcladas, desde lavanda, tomillos, camomila, incluso orégano… Sigue siendo muy curioso y diferente.

         No cabe duda de que hemos superado la cata anterior. Ninguno de los vinos es excepcional pero los tres son sumamente competitivos. Además, los tres son vinos diferentes y eso me alegra. Pero ¿qué es lo que tenemos enfrente? Aquí se pone de manifiesto mi desconocimiento de Italia. Lo único que sabría distinguir es un amarone y por ahora no lo veo. Hablamos entusiasmados de sus aromas y de sus evoluciones. Todos coincidimos en que salvo la “cinta roja” todos son mejor en nariz que en boca. Conforme pasan –vuelan- los minutos el interior de los vinos evoluciona. “Cinta blanca” es cada vez más zumo; “cinta rosa” se mineraliza hacia la piedra caliza, incluso se mueve hacia el verde de la hoja de tabaco; y “cinta roja” mejora y mejora. Violetas, grosella, fresas…

         Votemos:

         Cinta roja obtiene: 11 puntos

         Cinta rosa obtiene: 10 puntos

         Cinta blanca obtiene: 9 puntos

         Guillermo nos cuenta que su vino es un Amarone de la Vallpolicella, un Nicolis Classico 2004. Un encargo que le hizo a Giordano. ¿Un amarone? Pues yo no lo veo. Tiempo al tiempo. El vino necesitaba ser abierto con una hora como mínimo de antelación, y entró en el ruedo con apenas treinta minutos. Al cabo de un rato la pasificación del vino antes de su fermentación se hizo patente y aquello explotó como el gran vino que era.

         Vicente nos sorprende con un vino natural, sin sulfitos, de Arianna Occhipinti, una pirada de la Vittoria, en Sicilia. Su vino es “Il Frappato” de 2008. Una uva completamente desconocida: frappato de la Vittoria. Ni que decir tiene que es una pequeña productora de las que nos gustan a todos. ¡Lástima no conocerla cuando fui a Sicilia hace varios años atrás!

         Finalmente, hablo de mi vino reserva: Santa Cecilia, de los hermanos Planeta. Un Nero D’Avola de 2005. A su vez les cuento la historia musical que esconde mi Bava.

         ¿Quién ha ganado?

         Destapamos los vinos y el ganador resulta ser Guillermo y Ana, y su Amarone que cada vez está mejor y sigue mejorando. En segundo lugar, mi Santa Cecilia y en tercer lugar el Occhipinti de Vicente y Mª Cruz. Todos estamos contentos, especialmente Guillermo y Ana. Es la segunda vez que ganan –la primera con merecimiento- y con el poco tiempo que llevan en este vicio el resto también nos alegramos, pues una victoria siempre te espolea para una siguiente cata. Ahora bien, queda claro que la organización de la siguiente cata sigue correspondiendo a Xavipaqui.

         Esta vez si que bebimos los vinos durante la comida, especialmente el amarone de Nicolis, cada vez mejor el condenado, del que no quedó una gota, lo que certificó que era el justo ganador. Los vinos maridaban a la perfección con la pasta fresca a la salsa de los cuatro boletus que preparó Amparo. La cena cata italiana había sacado espina de la cata anterior, y además nos había abierto los ojos. Ya teníamos viaje para las Pascuas del año que viene: Toscana y Piemonte. Estaba decidido.

         Juanlu

         Resultados de la cata:

1º Amarone della Valpolicella Classico 2004, Nicolis (34€)
    Guillermo / Ana

2º Santa Cecilia 2005, Sicilia, Planeta (30€)
    Juan Luis

3º Il Frappato 2008, Sicilia, Occhipinti (26€)
    Vicente / Mari Cruz


         Documento gráfico:




martes, 5 de abril de 2011

XI.- LA CATA DE SYRAH EN BARCELONA (02-04-2011)

         La cata de Barcelona ha sido mucho más que una cata de syrah. Ha sido una cena alsaciana con vinos alsacianos, con champagne, con un dulce austriaco, y sobre todo un fin de semana con la gente que más quiero –amén de las ausencias- y con la que me gusta compartir el tiempo que no ocupan mis obligaciones laborales.

         La cata empezó el viernes por la noche con el color salmón de un Egly-Ouriet, brut Rosé Grand Cru (42 meses en barrica y degollado en 2009). Diminutas burbujas, cerezas y frambuesas acompañaron un plato de ibéricos que desapareció en un abrir y cerrar de ojos. La estrella de la noche fue un Muenchberg 2007 de Domaine Ostertag. Un riesling rabiosamente elegante en boca. Flores, mango, piña y suaves cítricos maridaron con una exquisita crema de calabaza. Terminamos los platos salados con la mineralizad y la hierbabuena que desprendía el muscat de Zind Humbrecht que acompañó al plato especial de la cena, una Tartiflette au Munster. De postre naranjas con esencia de rosas; y para finalizar música celestial: el Génesis nº 9 de Kraft, una bomba de más de 450 gramos de azúcar residual. Ni que decir tiene que esa noche dormimos muy bien.

         Llegó el sábado por la mañana y con él el momento más deseado desde hacía cuatro meses: la cata de syrah. Nos dirigimos hacia el restaurante elegido por Vicente y Mª Cruz pertrechados con nuestras copas y decantadores; y, sobre todo con una sonrisa en los labios, un hormigueo en el estómago, y, particularmente, con un buen puñado de dudas rondando el cerebro: ¿diferenciaré los syrah de mi shiraz?; ¿qué habrán traído Vicente y Mª Cruz? Un vinazo del Ródano, seguro; ¿y mi hermano? Supongo que una syrah española, todavía me genera ciertas dudas; y la gran pregunta ¿llevaré el vino ganador? En fin, tonterías que eran lo más importante del mundo en ese momento.

         El restaurante estaba muy cerca de casa Vicente y Mª Cruz, apenas quince minutos. “Santa Teresa” rezaba su nombre. Al menos estábamos encomendados a una santa. Entramos a un pequeño local, cálido y encantador. Piedra en la pared, vigas de madera en el techo, y luz tenue pero adecuada ambientando el interior. Víctor, su dueño, lo había abierto antes de hora para aguantar a un puñado de frikis. Dispusimos las copas y Sergio se encargó de decantar los vinos y numerarlos mientras nosotros esperamos fuera. Víctor se mostró paciente, colaborador y comprensivo. Llegué a la conclusión de que debía ser el marido de Santa Teresa.

         Empezó la cata.

         Cuatro vinos repartidos entre dieciséis copas. El “vinazo” de Vicente, la syrah “española” de Guillermo, mi Shiraz australiana, y el vino ¿? de Xavipaqui (Reflexión: quizás sólo deban participar aquellos vinos que estén acompañados de sus propietarios, aunque esto es harina de otro costal).

         Me he prometido contar mi experiencia y lo voy a hacer por dura que pueda resultar. Espero no molestar a nadie.

         La cata fue un desastre. Quizás venía torcida desde que Raul se dio de baja, quizás desde que lo hicieron Xavipaqui. No lo se. Lo cierto es que después de meter la nariz reiteradamente en cada una de las cuatro copas llegué a la conclusión de que allí sólo había un syrah, y encima … bastante flojo. ¿Dónde estaba la tipicidad de la syrah? Esos aromas a animal, a cuero, a establo, incluso a desagüe que al cabo de un rato se transforma en violetas, tomillos, monte bajo, regaliz, y sobre todo especias ¿dónde estaban? Pasó el tiempo y no hubo evolución.

         El vino 1 (cinta rosa), en nariz, era una ciruela pasa con ciertos toques de tomillo y flores marchitas que acabaron desapareciendo con el tiempo. En boca, muy equilibrado, aterciopelado y sin aristas con un deje final a puromoro rojo muy agradable. Estaba bien, sin más, pero aquello no tenía nada ni de syrah ni de Shiraz. ¿Qué cojones era aquello? Lo único que tenía claro es que había sido vendimiado tardíamente. Primera mosca tras la oreja.

         El vino 2 (cinta blanca) lo identifiqué inmediatamente como el mío. En nariz olía a mar, a salazón, a ligeras notas de pimienta, a inapreciables especias y a algo de eucalipto. En boca demasiado acuoso, como mezclado con agua del mar. Conforme avanzaba la cata apareció el cuero y el olor animal, a la inversa de lo que debe ser en un Shiraz. Cierto que tenía la tipicidad de un Shiraz australiano y que sabía que la bodega estaba cerca de la costa del sur de Australia, lo que provocaba esos recuerdos a mar, pero la realidad era que mi vino estaba descompensado y excesivamente salado. Segunda mosca tras la oreja.

         El vino 3 (cinta negra) pensé que era “la castaña de Xavipaqui” (sin rencor, he prometido ser sincero). Una syrah de Utiel Requena de algún conocido. No puede haber una buena syrah en Utiel-Requena, pensé. En nariz era alcohólico, plano y muy poco expresivo. En boca, amargo, tánico… un cadáver. ¿Qué coño era lo que estábamos bebiendo? Tercera mosca tras la oreja.

         El vino 4 (cinta verde). Este es el vino de Guillermo y Ana, sin lugar a dudas “Pasamonte”. El pensamiento lo destrozó el monstruo de Vicente (por lo feo que es) cuando con risa estruendosa dijo: “esto es un Habla, de Extremadura”. Mi hermano se quedó pálido y sin “habla”, Ana no se lo creía –yo tampoco-. Cuando se dio cuenta de que era tarde para mentir, Guillermo asintió. Lógico, ¿quién va a negar la verdad cuando un tío te saca tu vino (¡una syrah de Extremadura!) con una rotundidad aplastante? Un Habla, de Extremadura, syrah, ¡Manda huevos! ¡Qué grande eres Vicente! La cuestión es que el “Habla” tampoco era una syrah o dicho de otra forma era una syrah a la que habían hinchado a anabolizantes. Sólo al ver el color lo tuve claro. Negro como un abismo: enzimas a punta pala, y un ribete que daba miedo mirarlo. En nariz, gominola de fresa, violetas y monte bajo. Para mí un batido de chips –de los mejores, eso sí-. En boca, amargo, algo tánico, más violetas, monte bajo, regaliz y especias que se incrementaban conforme más aire entraba en sus negras entrañas. Cuarta mosca tras la oreja.

         Si mi vino es el segundo ¿cuál es el “vinazo” de Vicente? ¿Será el primero? No puede ser no tiene ninguna tipicidad. Si, está bueno. Bien hecho, equilibrado… pero no es un syrah. Demasiadas moscas tras la oreja y yo sin matamoscas.

         Estuvimos desvariando durante un buen rato. Todos coincidíamos en la decepción y en la falta de tipicidad de los syrah. Hablamos sobre nuestros vinos. Vicente confirma que su vino es un Ródano, de Cornas, un Auguste Clape 2004. Algo ha fallado, lo tenemos claro. Hemos probado los Cornas de Clape y son espectaculares y elegantes. Nada que ver con el contenido de las copas. Por mi parte, descubro mi australiano de 2003, Ralph Fowler, de Monte Benson, un pequeño bodeguero que trabaja todo manualmente, pegado al mar. Decidí jugar al despiste y la jugada me salió mal. Mi hermano confirma su ultramoderno “Habla 06”, supuestamente un vino natural.

         Bueno, vamos a votar.

         De forma unánime todos votamos al vino 1 (cinta rosa). Lógicamente gana con veinte puntos. En segundo lugar, el vino 2 (cinta blanca) con doce puntos. En tercer lugar, el vino 3 (cinta negra) con diez puntos. Y en cuarto lugar el vino 4 (cinta verde) con ocho puntos.

         Destapamos las botellas y… sorpresón!!!

         El vino 1 (cinta rosa) se corresponde con … el vino de Xavipaqui. Una botella de cristal verde, sin etiqueta y sin marca en el tapón. ¡¡¡Con dos cojones!!! Desde el Vega Cristina no recordaba algo igual. En segundo lugar, el vino del que escribe; en tercer lugar, el de Vicente y Mª Cruz; y en cuarto lugar el de Guillermo y Ana.

         Rápidamente llamada a Javi. Éste no reacciona y no se lo cree hasta pasados varios minutos –posiblemente aún esté dudando-. Nos cuenta que es el vino de un amigo de Javi “El Barbas” que tiene una pequeña bodega y que ha hecho una syrah experimental. El bodeguero en cuestión responde al nombre de José V. Pardo. Vino natural, ecológico, pequeña parcela, vamos todo lo que debería ser en un futuro el “vino de Javi”.

         Comimos maravillosamente bien. Buena materia prima, mejor cocina. Sencillo pero exquisito. Apenas volvimos a probar cualquiera de los cuatro vinos. Ni que decir tiene que le dimos la comida a Amparo con el run run de la cata.

         No quiero ser injusto, ganó el mejor vino y lo hizo con una diferencia rotunda. Pero insisto aquello no era un syrah. Para mí todo vino tiene que tener tipicidad y el vino de José V. Pardo no la tenía. Desde luego que era un vino bien hecho (vendimiado tardíamente), pero no había nada de tipicidad en su interior. Si, si, ahora es cuando vienen los defensores de que una syrah valenciana no tiene porque saber como una del Ródano, y que en cada lugar la tipicidad se manifiesta de una forma diferente. Todo eso está muy bien, pero no para mí. Si quiero comer una paella me la como en Valencia, en mi casa o, a lo sumo, en cuatro restaurantes. Una paella fuera de Valencia también es arroz pero ya no es paella. No me gusta una paella con pollo, conejo, costillas de cerdo, marisco, y pimientos rojos, como tampoco me gusta una syrah que no sepa a violetas, a monte bajo, a pimienta negra y a especias, y que no empiece oliendo a algo de cuero.

         El azar quiso que un vino muy bien elaborado se juntara con una syrah muerta (Vicente ¿has ido ya a la Vilaviniteca?); con otra descompensada, que posiblemente había pasado su mejor época; y con otra excesivamente artificial. La sensación de esta cata es muy similar a la de “vinos españoles” en casa de Raúl, hace ya más de un año: decepción porque ninguno de los vinos que catamos enamoraba, ninguno causaba emoción, ninguno erizaba la piel. Las expectativas defraudaron y eso siempre duele. Esperábamos vinazos y encontramos mediocridad. Sólo cabía una solución: una mala cata sólo se supera con otra cata, y cuanto antes mejor.

         Salí del “Santa Teresa” pletórico ante la esperanza de la próxima cata, ávido de nuevos vinos y de nuevas sensaciones. Esa tarde paseamos bajo las sombras de los edificios modernistas que cubren el ensanche de Barcelona; bordeamos la Catedral; retrocedimos en el tiempo cuando cruzamos la plaza de San Felipe Neri; serpenteamos por el barrio gótico hasta llegar a Las Ramblas y nos rendimos en una cafetería de la Plaza Real, viendo pasar la vida.

         No volvimos a probar el vino en todo el fin de semana. Regresé a Valencia con la esperanza de la próxima cata, con la certeza de que la cata de syrah, a pesar de todo, había sido muy instructiva y didáctica, y sobretodo con un fin de semana en el que el mejor sabor me lo dejaron mis compañeros de viaje.

Juanlu

         Este es resumen de los participantes y del resultado final:

1º Syrah 2010, Utiel-Requena, Bodegas José V. Pardo, (sin comercializar)
    Javi / Paqui (No presentes)

2º Shiraz-Viognier 2003, Mount Benson Australia, Ralph Fowler (25€)
    Juan Luis

3º Cornas 2004, Cornas, Domaine Clape (65€ - 30%)
    Vicente / Mari Cruz

4º Habla Nº6 Syrah 2007, V.T. Extremadura, Bodegas Habla (26€)
    Guillermo/Ana


         Documentación gráfica:

         Los participantes y el entorno:



Los vinos degustados durante la cena alsaciana:


La cata de syrah: